El Congreso del Paraguay consumó este viernes uno
de los fraudes más descarados de la historia política
latinoamericana: destituyó, en un juicio sumarísimo
que se asemejó mucho más a un linchamiento político
que a un proceso constitucional, al presidente
Fernando Lugo. Con una rapidez proporcional a
su ilegitimidad, el Senado más corrupto de las
Américas -¡y eso es mucho decir!- lo halló culpable
de "mal desempeño" de sus funciones debido a las
muertes ocurridas en el desalojo de una finca en
Curuguaty. Esa masacre fue una trampa montada
por una derecha que desde que Lugo asumiera el
poder estaba esperando el momento propicio para
acabar con un régimen que, pese a no haber
afectado a sus intereses, abría un espacio para la
protesta social y la organización popular incompatible
con su dominación de clase. El eterno deshonor de
ser el conductor de este golpe institucional, que
imita al perpetrado en contra de Mel Zelaya en
Honduras (con la salvedad de la operación comando
mediante el cual este fuera sacado de su casa a
punta de bayonetas) le correspondió al señor
Aldo Zucolillo, director y propietario del diario
ABC Color y encumbrado dirigente de la Sociedad
Interamericana de Prensa, la siniestra SIP.
Ese personaje de marras -un hijo putativo del
strossnismo- es al igual que varios de sus
congéneres en el resto de la región un
inescrupuloso empresario que fomenta sus
negocios al amparo de la “libertad de prensa”
y de un inverosímil “periodismo independiente”,
taparrabos que no alcanza a ocultar al torvo
empresario que, como lo demuestra el
economista paraguayo Idilio Méndez Grimaldi,
es el “socio principal en Paraguay de Cargill,
una de las transnacionales más grandes del
agronegocios en el mundo.” El ABC Color lanzó
una intensa campaña previa al golpe de estado,
preparando el clima político que hizo posible el
rapidísimo linchamiento político de Lugo.
El protagonismo de Cargill y Monsanto en el
democracidio perpetrado en Paraguay es
escandaloso Ofreciendo una radiografía del
saqueo sistemático al que ha sido sometido
ese país el economista paraguayo Méndez
Grimaldi sostiene que “las transnacionales del
agronegocio en Paraguay prácticamente no
pagan impuestos, mediante la férrea protección
que tienen en el Congreso, dominado por la derecha.
La presión tributaria en Paraguay es apenas del
13% sobre el PIB. El 60 % del impuesto recaudado
por el Estado paraguayo es el Impuesto al Valor
Agregado, IVA. Los latifundistas no pagan
impuestos. El impuesto inmobiliario representa
apenas el 0,04% de la presión tributaria, unos 5
millones de dólares, según un estudio del Banco
Mundial aún cuando el agronegocio produce rentas
en torno al 30 % del PIB, que representan unos
6.000 millones de dólares anuales. ... .
El 85 por ciento de las tierras, unas 30 millones
de hectáreas, está en manos del 2 por ciento de
propietarios.”
En un capitalismo de estas características, donde la
prebenda y el soborno constituyen el motor de la
acumulación del capital, era poco probable que
Lugo pudiera estabilizarse en el poder sin construir
una poderosa base social de sustentación. Sin
embargo, pese a las advertencias de numerosos
aliados dentro y fuera de Paraguay el derrocado
presidente no se abocó a la tarea de consolidar la
multitudinaria pero heterogénea fuerza social que
con gran entusiasmo lo elevara a la presidencia en
Agosto del 2008. Su gravitación en el Congreso era
mínima (sólo 4 senadores se opusieron al golpe
parlamentario) y en Diputados no tenía mucho más.
Sólo la capacidad de movilización que pudiera
demostrar en las calles era lo que podía conferirle
gobernabilidad a su gestión y desalentar a sus
enconados enemigos. Pero se resistió tercamente
a ello pese a la predisposición de amplios sectores
dentro de Paraguay y al muy favorable entorno de
mandatarios amigos que gobernaban en la región y
que estaban dispuestos a acompañarlo en la empresa.
Pero no lo entendió así y a lo largo de su mandato
se sucedieron continuas concesiones a la derecha,
ignorando que por más que se la favoreciera ésta
jamás iría a aceptar su presidencia como legítima.
Gestos concesivos hacia la corrupta oligarquía
paraguaya lo único que lograron fue envalentonarla,
no apaciguar la virulencia de su oposición.
Pese a esas defecciones Lugo no dejó de ser
considerado como un intruso molesto, por más que
promulgara, en vez de vetarlas, las leyes
antiterroristas que, a pedido de “la Embajada”
-otro protagonista decisivo de su caída, junto a las
transnacionales del agronegocios y los oligarcas
locales- aprobaba la banda que dominaba el Congreso.
Una derecha que, por supuesto, siempre actuó hermanada con Washington para impedir, entre otras cosas, el ingreso de Venezuela al Mercosur. Prueba de ello es que una de las primeras declaraciones que hizo su ilegítimo sucesor, Federico Franco, fue asegurarle a la Casa Blanca que el Senado paraguayo no votará el ingreso de los bolivarianos al Mercosur.
Lo que el usurpador no sospecha es que hay altas probabilidades de que sea su país el que se vaya a quedar fuera del Mercosur, la UNASUR y otras organizaciones regionales. Tarde se dio cuenta Lugo de lo poco democrática que era la institucionalidad del estado capitalista, que lo destituyó en un tragicómico simulacro de juicio político violando impunemente todas las normas del debido proceso. Y mal reaccionó al convalidar con su actitud de monacal obediencia la monstruosidad jurídica perpetrada en su contra, actuando más como un obispo que perdona un pecado venial cometido por un humilde feligrés que como un presidente popular despojado de su cargo por una gavilla de saqueadores. ¿Por qué no convocó al pueblo a resistir, rodeando con una muralla humana el edificio del Congreso para frustrar el golpe de estado? Una lección para todos los pueblos de América Latina y el Caribe: sólo la movilización y organización popular puede garantizar la estabilidad de gobiernos interesados en impulsar un proyecto de transformación social, por más moderado y contemporizador que sea su afán reformista, como fue el caso de Lugo. La oligarquía y el imperialismo jamás cesan de conspirar y actuar, y si a veces parece que están resignados ante el avance de un gobierno instalado por una mayoría popular, esta apariencia es engañosa, más ilusoria de real, como se acaba de comprobar una vez más en el sufrido país hermano del Paraguay. Atilio A. Boron
de los fraudes más descarados de la historia política
latinoamericana: destituyó, en un juicio sumarísimo
que se asemejó mucho más a un linchamiento político
que a un proceso constitucional, al presidente
Fernando Lugo. Con una rapidez proporcional a
su ilegitimidad, el Senado más corrupto de las
Américas -¡y eso es mucho decir!- lo halló culpable
de "mal desempeño" de sus funciones debido a las
muertes ocurridas en el desalojo de una finca en
Curuguaty. Esa masacre fue una trampa montada
por una derecha que desde que Lugo asumiera el
poder estaba esperando el momento propicio para
acabar con un régimen que, pese a no haber
afectado a sus intereses, abría un espacio para la
protesta social y la organización popular incompatible
con su dominación de clase. El eterno deshonor de
ser el conductor de este golpe institucional, que
imita al perpetrado en contra de Mel Zelaya en
Honduras (con la salvedad de la operación comando
mediante el cual este fuera sacado de su casa a
punta de bayonetas) le correspondió al señor
Aldo Zucolillo, director y propietario del diario
ABC Color y encumbrado dirigente de la Sociedad
Interamericana de Prensa, la siniestra SIP.
Ese personaje de marras -un hijo putativo del
strossnismo- es al igual que varios de sus
congéneres en el resto de la región un
inescrupuloso empresario que fomenta sus
negocios al amparo de la “libertad de prensa”
y de un inverosímil “periodismo independiente”,
taparrabos que no alcanza a ocultar al torvo
empresario que, como lo demuestra el
economista paraguayo Idilio Méndez Grimaldi,
es el “socio principal en Paraguay de Cargill,
una de las transnacionales más grandes del
agronegocios en el mundo.” El ABC Color lanzó
una intensa campaña previa al golpe de estado,
preparando el clima político que hizo posible el
rapidísimo linchamiento político de Lugo.
El protagonismo de Cargill y Monsanto en el
democracidio perpetrado en Paraguay es
escandaloso Ofreciendo una radiografía del
saqueo sistemático al que ha sido sometido
ese país el economista paraguayo Méndez
Grimaldi sostiene que “las transnacionales del
agronegocio en Paraguay prácticamente no
pagan impuestos, mediante la férrea protección
que tienen en el Congreso, dominado por la derecha.
La presión tributaria en Paraguay es apenas del
13% sobre el PIB. El 60 % del impuesto recaudado
por el Estado paraguayo es el Impuesto al Valor
Agregado, IVA. Los latifundistas no pagan
impuestos. El impuesto inmobiliario representa
apenas el 0,04% de la presión tributaria, unos 5
millones de dólares, según un estudio del Banco
Mundial aún cuando el agronegocio produce rentas
en torno al 30 % del PIB, que representan unos
6.000 millones de dólares anuales. ... .
El 85 por ciento de las tierras, unas 30 millones
de hectáreas, está en manos del 2 por ciento de
propietarios.”
En un capitalismo de estas características, donde la
prebenda y el soborno constituyen el motor de la
acumulación del capital, era poco probable que
Lugo pudiera estabilizarse en el poder sin construir
una poderosa base social de sustentación. Sin
embargo, pese a las advertencias de numerosos
aliados dentro y fuera de Paraguay el derrocado
presidente no se abocó a la tarea de consolidar la
multitudinaria pero heterogénea fuerza social que
con gran entusiasmo lo elevara a la presidencia en
Agosto del 2008. Su gravitación en el Congreso era
mínima (sólo 4 senadores se opusieron al golpe
parlamentario) y en Diputados no tenía mucho más.
Sólo la capacidad de movilización que pudiera
demostrar en las calles era lo que podía conferirle
gobernabilidad a su gestión y desalentar a sus
enconados enemigos. Pero se resistió tercamente
a ello pese a la predisposición de amplios sectores
dentro de Paraguay y al muy favorable entorno de
mandatarios amigos que gobernaban en la región y
que estaban dispuestos a acompañarlo en la empresa.
Pero no lo entendió así y a lo largo de su mandato
se sucedieron continuas concesiones a la derecha,
ignorando que por más que se la favoreciera ésta
jamás iría a aceptar su presidencia como legítima.
Gestos concesivos hacia la corrupta oligarquía
paraguaya lo único que lograron fue envalentonarla,
no apaciguar la virulencia de su oposición.
Pese a esas defecciones Lugo no dejó de ser
considerado como un intruso molesto, por más que
promulgara, en vez de vetarlas, las leyes
antiterroristas que, a pedido de “la Embajada”
-otro protagonista decisivo de su caída, junto a las
transnacionales del agronegocios y los oligarcas
locales- aprobaba la banda que dominaba el Congreso.
Una derecha que, por supuesto, siempre actuó hermanada con Washington para impedir, entre otras cosas, el ingreso de Venezuela al Mercosur. Prueba de ello es que una de las primeras declaraciones que hizo su ilegítimo sucesor, Federico Franco, fue asegurarle a la Casa Blanca que el Senado paraguayo no votará el ingreso de los bolivarianos al Mercosur.
Lo que el usurpador no sospecha es que hay altas probabilidades de que sea su país el que se vaya a quedar fuera del Mercosur, la UNASUR y otras organizaciones regionales. Tarde se dio cuenta Lugo de lo poco democrática que era la institucionalidad del estado capitalista, que lo destituyó en un tragicómico simulacro de juicio político violando impunemente todas las normas del debido proceso. Y mal reaccionó al convalidar con su actitud de monacal obediencia la monstruosidad jurídica perpetrada en su contra, actuando más como un obispo que perdona un pecado venial cometido por un humilde feligrés que como un presidente popular despojado de su cargo por una gavilla de saqueadores. ¿Por qué no convocó al pueblo a resistir, rodeando con una muralla humana el edificio del Congreso para frustrar el golpe de estado? Una lección para todos los pueblos de América Latina y el Caribe: sólo la movilización y organización popular puede garantizar la estabilidad de gobiernos interesados en impulsar un proyecto de transformación social, por más moderado y contemporizador que sea su afán reformista, como fue el caso de Lugo. La oligarquía y el imperialismo jamás cesan de conspirar y actuar, y si a veces parece que están resignados ante el avance de un gobierno instalado por una mayoría popular, esta apariencia es engañosa, más ilusoria de real, como se acaba de comprobar una vez más en el sufrido país hermano del Paraguay. Atilio A. Boron
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