quarta-feira, 27 de junho de 2012

¿Por qué cayó Lugo? La conexión del agronegocios

El Congreso del Paraguay consumó este viernes uno
 de los fraudes más descarados de la historia política
 latinoamericana: destituyó, en un juicio sumarísimo
 que se asemejó mucho más a un linchamiento político
 que a un proceso constitucional, al presidente
 Fernando Lugo. Con una rapidez proporcional a
 su ilegitimidad, el Senado más corrupto de las 
Américas -¡y eso es mucho decir!- lo halló culpable
 de "mal desempeño" de sus funciones debido a las 
muertes ocurridas en el desalojo de una finca en
 Curuguaty. Esa masacre fue una trampa montada
 por una derecha que desde que Lugo asumiera el 
poder estaba esperando el momento propicio para 
acabar con un régimen que, pese a no haber 
afectado a sus intereses, abría un espacio para la 
protesta social y la organización popular incompatible
 con su dominación de clase. El eterno deshonor de
 ser el conductor de este golpe institucional, que
 imita al perpetrado en contra de Mel Zelaya en
 Honduras (con la salvedad de la operación comando 
mediante el cual este fuera sacado de su casa a
 punta de bayonetas) le correspondió al señor
 Aldo Zucolillo, director y propietario del diario
 ABC Color y encumbrado dirigente de la Sociedad
 Interamericana de Prensa, la siniestra SIP.
 Ese personaje de marras -un hijo putativo del 
strossnismo- es al igual que varios de sus
 congéneres en el resto de la región un
 inescrupuloso empresario que fomenta sus
 negocios al amparo de la “libertad de prensa” 
y de un inverosímil “periodismo independiente”,
 taparrabos que no alcanza a ocultar al torvo
 empresario que, como lo demuestra el
 economista paraguayo Idilio Méndez Grimaldi,
 es el “socio principal en Paraguay de Cargill,
 una de las transnacionales más grandes del 
agronegocios en el mundo.” El ABC Color lanzó
 una intensa campaña previa al golpe de estado,
 preparando el clima político que hizo posible el
 rapidísimo linchamiento político de Lugo. 
El protagonismo de Cargill y Monsanto en el
 democracidio perpetrado en Paraguay es
 escandaloso Ofreciendo una radiografía del
 saqueo sistemático al que ha sido sometido
 ese país el economista paraguayo Méndez
 Grimaldi sostiene que “las transnacionales del
 agronegocio en Paraguay prácticamente no
 pagan impuestos, mediante la férrea protección
 que tienen en el Congreso, dominado por la derecha.
La presión tributaria en Paraguay es apenas del 
13% sobre el PIB. El 60 % del impuesto recaudado
 por el Estado paraguayo es el Impuesto al Valor
 Agregado, IVA. Los latifundistas no pagan
 impuestos. El impuesto inmobiliario representa
 apenas el 0,04% de la presión tributaria, unos 5
 millones de dólares, según un estudio del Banco
 Mundial aún cuando el agronegocio produce rentas
 en torno al 30 % del PIB, que representan unos
 6.000 millones de dólares anuales. ... .
 El 85 por ciento de las tierras, unas 30 millones
 de hectáreas, está en manos del 2 por ciento de
 propietarios.”
En un capitalismo de estas características, donde la
 prebenda y el soborno constituyen el motor de la
 acumulación del capital, era poco probable que
 Lugo pudiera estabilizarse en el poder sin construir 
una poderosa base social de sustentación. Sin
 embargo, pese a las advertencias de numerosos
 aliados dentro y fuera de Paraguay el derrocado
 presidente no se abocó a la tarea de consolidar la
 multitudinaria pero heterogénea fuerza social que
 con gran entusiasmo lo elevara a la presidencia en 
Agosto del 2008. Su gravitación en el Congreso era
 mínima (sólo 4 senadores se opusieron al golpe
 parlamentario) y en Diputados no tenía mucho más.
Sólo la capacidad de movilización que pudiera
 demostrar en las calles era lo que podía conferirle
 gobernabilidad a su gestión y desalentar a sus
 enconados enemigos. Pero se resistió tercamente 
a ello pese a la predisposición de amplios sectores
 dentro de Paraguay y al muy favorable entorno de
 mandatarios amigos que gobernaban en la región y
 que estaban dispuestos a acompañarlo en la empresa.
 Pero no lo entendió así y a lo largo de su mandato
 se sucedieron continuas concesiones a la derecha,
 ignorando que por más que se la favoreciera ésta
 jamás iría a aceptar su presidencia como legítima.
 Gestos concesivos hacia la corrupta oligarquía
 paraguaya lo único que lograron fue envalentonarla,
 no apaciguar la virulencia de su oposición. 
Pese a esas defecciones Lugo no dejó de ser
 considerado como un intruso molesto, por más que
 promulgara, en vez de vetarlas, las leyes
antiterroristas que, a pedido de “la Embajada” 
-otro protagonista decisivo de su caída, junto a las
 transnacionales del agronegocios y los oligarcas
 locales- aprobaba la banda que dominaba el Congreso.
 Una derecha que, por supuesto, siempre actuó hermanada con Washington para impedir, entre otras cosas, el ingreso de Venezuela al Mercosur. Prueba de ello es que una de las primeras declaraciones que hizo su ilegítimo sucesor, Federico Franco, fue asegurarle a la Casa Blanca que el Senado paraguayo no votará el ingreso de los bolivarianos al Mercosur.
Lo que el usurpador no sospecha es que hay altas probabilidades de que sea su país el que se vaya a quedar fuera del Mercosur, la UNASUR y otras organizaciones regionales. Tarde se dio cuenta Lugo de lo poco democrática que era la institucionalidad del estado capitalista, que lo destituyó en un tragicómico simulacro de juicio político violando impunemente todas las normas del debido proceso. Y mal reaccionó al convalidar con su actitud de monacal obediencia la monstruosidad jurídica perpetrada en su contra, actuando más como un obispo que perdona un pecado venial cometido por un humilde feligrés que como un presidente popular despojado de su cargo por una gavilla de saqueadores. ¿Por qué no convocó al pueblo a resistir, rodeando con una muralla humana el edificio del Congreso para frustrar el golpe de estado? Una lección para todos los pueblos de América Latina y el Caribe: sólo la movilización y organización popular puede garantizar la estabilidad de gobiernos interesados en impulsar un proyecto de transformación social, por más moderado y contemporizador que sea su afán reformista, como fue el caso de Lugo. La oligarquía y el imperialismo jamás cesan de conspirar y actuar, y si a veces parece que están resignados ante el avance de un gobierno instalado por una mayoría popular, esta apariencia es engañosa, más ilusoria de real, como se acaba de comprobar una vez más en el sufrido país hermano del Paraguay. Atilio A. Boron
 

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